ROBERT D. HALES
Of the Quorum of the Twelve Apostles
En el capítulo 15 del Evangelio según Lucas, el Salvador utiliza tres parábolas para enseñar el valor de un alma, mostrándonos cómo encontrar y devolver al rebaño de fe y a la familia aquello que se ha perdido.
En las parábolas, la oveja va errante, la moneda de plata se pierde y el hijo pródigo malgasta su herencia en una vida desenfrenada, pero el pastor busca en el desierto, la mujer barre la casa y el padre benévolo aguarda el regreso de su hijo, siempre listo para darle un abrazo y una cálida bienvenida a casa.
Las parábolas del Salvador, así como los tres artículos de los líderes de la Iglesia que siguen a continuación, nos recuerdan que, como pastores bajo Su dirección, tenemos la responsabilidad de esforzarnos “por rescatar a quienes se han alejado del camino para que ningún alma preciosa se pierda” 1 .
Rescatemos ovejas perdidas
Hace unos años, al principio de la primavera, mi esposa y yo tuvimos la oportunidad de viajar por la hermosa región de Star Valley, en Wyoming, EE. UU. Era una maravillosa mañana primaveral y los paisajes y vistas eran inspiradores.
Al entrar en el valle, Jackie y yo disfrutamos al ver de cuando en cuando un rebaño de ovejas con docenas de corderitos. Pocas cosas son más enternecedoras que un corderito. Al ir por la transitada carretera, vimos un pequeño cordero fuera de la valla, cerca de la carretera. Corría frenéticamente de un extremo al otro de la valla, intentando volver al rebaño. Deduje que el corderito fue lo suficientemente pequeño como para haber salido por una abertura de la valla, pero ahora no podía regresar.
Estaba seguro de que si no nos deteníamos para rescatarlo, acabaría por irse hacia la carretera y resultaría herido o atropellado. Detuve el auto y le dije a Jackie y a nuestros compañeros de viaje en el asiento de atrás: “Esperen aquí; esto sólo va a tomar un momento”.
De manera natural supuse, con mi total falta de experiencia de pastoreo de corderos, que el atemorizado cordero se alegraría de verme; después de todo, tenía las mejores intenciones. ¡Estaba allí para salvarle la vida!
Sin embargo, para desilusión mía, el cordero estaba atemorizado y no apreciaba en absoluto mis esfuerzos para salvarlo. Al acercarme a él, el pobrecito se alejó de mí lo más rápido que pudo a lo largo de la valla. Al contemplar mi dificil situación, Jackie salió del auto para ayudarme; pero aun entre los dos no pudimos atrapar al pequeño y veloz corderito.
Al llegar a ese punto, la pareja que estaba en el asiento de atrás, quienes habían estado disfrutando del rodeo, salieron del auto y se unieron a los intentos de rescate. Con todos nuestros esfuerzos, finalmente acorralamos al asustado corderito contra la valla. Al acercarme para recogerlo con mi ropa limpia de viaje, me di cuenta rápidamente de que el animal tenía el marcado aroma del corral. Fue entonces cuando empecé a preguntarme si ese esfuerzo en verdad merecía la pena.
Al levantarlo y ponerlo a salvo al otro lado de la valla, luchó y pataleó con todas sus fuerzas, pero al poco rato encontró a su madre y se acurrucó firme y tranquilamente en su costado. Con la ropa un tanto desaliñada, pero con gran satisfacción y paz de que habíamos tomado la decisión correcta, seguimos nuestro camino.
Desde entonces, he reflexionado varias veces sobre esa experiencia. Me pregunto si haríamos esa clase de esfuerzo por salvar a un vecino desagradecido menos activo. ¡Espero que sí! “Pues, ¿cuánto más vale un hombre que una oveja?”, preguntó el Salvador (Mateo 12:12). En todo barrio, rama y estaca hay corderos perdidos y en peligro de extinción.
Al reemplazar la palabra servir por rescatar en el himno “¿En el mundo he hecho bien?”, les invito a que consideren su aplicación al salvar corderos perdidos:
Nuestros vecinos tal vez parezcan desagradecidos, atemorizados, o sin interés de ser rescatados; y nuestros esfuerzos por rescatarlos tal vez tomen tiempo, esfuerzo, energía y el apoyo y la ayuda de los demás, pero este esfuerzo será recompensado con bendiciones eternas. Como prometió el Señor, si “[le traemos] aun cuando fuere una sola alma, ¡cuán grande será [n]uestro gozo con ella en el reino de [nuestro] Padre!” (D. y C. 18:15).
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